miércoles, 29 de abril de 2009

REFLEXIÓN - JUVENTUD Y SOCIEDAD: TENSIONES Y PARADOJAS

Desde el Boletín Especial producido por el Portal de Juventud de América Latina

Principales Variables Demográficas: Cuantos Son, Donde Están, Como Están, …


Actualmente, existen en América Latina y el Caribe alrededor de 200 millones de jóvenes (entre 10 y 29 años), distribuidos equitativamente entre varones y mujeres. Mientras en algunos países (Argentina, Cuba y Uruguay, por ejemplo) la mayor parte de los mismos habitan en áreas urbanas, en otros están más equitativamente distribuidos, existiendo varios países (Honduras y Paraguay, por ejemplo) donde todavía alrededor de la mitad de las y los jóvenes habitan en el medio rural.

Dependiendo de los respectivos procesos de transición demográfica (temprana, media, tardía) las y los jóvenes representan entre un cuarto y un tercio de la población total, constituyendo –en la actualidad- la mayor generación joven de toda la historia demográfica latinoamericana y caribeña (algo que no se repetirá por mucho tiempo, pues a partir de las próximas dos décadas –según cada país- esta proporción comenzará a descender) pues ya no nacen los contingentes enormes de niños característicos de la primera mitad del siglo XX y todavía no se cuenta con contingentes significativos de población adulta mayor, del estilo de las que tendremos hacia mediados de este siglo.

La pobreza afecta agudamente a niños, adolescentes y jóvenes, al punto que en varios países se constata una relación exactamente inversa entre edad y nivel de pobreza: a menor edad más pobreza y viceversa. Uruguay es uno de los casos más extremos: allí se constata que la pobreza afecta al 56,5 % de los menores de 6 años, al 50,2 % de los niños de 6 a 12 años, al 42,7 % de los adolescentes de 13 a 17 años, al 27,8 % de jóvenes y adultos de entre 18 y 64 años (lamentablemente no se cuenta con una discriminación mayor en este grupo) y solo al 9,7 % de los mayores de 65 años (datos de 2003). En un plano más general, la pobreza afecta –en promedio- al 40 % de las y los jóvenes, y ello ocurre en la mayor parte de los países de la región, siempre con porcentajes superiores al promedio nacional.

Contra todo lo que suele suponerse, seis de cada diez jóvenes viven con su familia nuclear, mientras que un tercio lo hace en familias extendidas, en tanto el 10 % restante se ubica en el marco de otros arreglos familiares (familias compuestas, hogares unipersonales y/o sin núcleo conyugal). En este marco, se está afirmando un doble proceso de gran relevancia: las y los jóvenes inician cada vez más tempranamente su experiencia sexual, pero a la vez postergan cada vez más la iniciación nupcial, por lo que crece constantemente el número de solteros y solteras al término de ciclo juvenil. Ello lleva a que –en el caso de las y los jóvenes de clase media y alta- también vaya en crecimiento la postergación de la tenencia de hijos, aunque ocurre exactamente lo contrario en el caso de las y los jóvenes de clase baja, donde las tasas de fecundidad adolescente, van en aumento. En definitiva, este es un campo donde se están produciendo cambios relevantes y de gran impacto social.

Exclusión Social: Educación, Empleo, Salud y Recreación

Pero más allá de la diversidad de situaciones existentes desde el punto de vista demográfico, las y los jóvenes latinoamericanos enfrentan –como conjunto- serias dificultades en términos de inserción social y acceso a servicios, lo cual contrasta en buena medida con las crecientes convocatorias a la participación que distintos sectores les formulan constantemente.

En lo que atañe a la educación, por ejemplo, es evidente que la universalidad de la matrícula en la educación básica contrasta notoriamente con la todavía escasa cobertura de la enseñanza media (secundaria y técnica), esfera en la cual, solo Chile ha logrado universalizar el acceso (aunque con carencias importantes en términos de calidad). En la misma línea, a pesar de la masificación universitaria verificada en casi todos los países de la región, siguen siendo bajos los niveles efectivos de ingreso y –sobre todo- de egreso de las instituciones de educación superior. De nuevo Chile, con casi 4 de cada 10 jóvenes efectivamente incorporados a la educación superior, es una evidente excepción a la regla. En todos los casos, de todos modos, se enfrentan notorias carencias de calidad educativa.

En términos de inserción laboral juvenil, las carencias y las dificultades no son menores. Con leves oscilaciones, prácticamente la mitad de los desempleados y subempleados en América Latina tienen menos de 25 años, y esto afecta más a las mujeres que a los varones, especialmente a las y los que habitan en el medio rural y pertenecen –por ejemplo- a grupos étnicos o afrodescendientes. Se trata –sin duda- de una estratificación muy marcada, que muestra que las tasas de desempleo juvenil, en el caso de mujeres rurales indígenas que pertenecen a familias pobres, por ejemplo, ostentan diferencias de cinco a uno en comparación con varones blancos, de clase alta, urbanos. Si las comparaciones polares se hacen entre jóvenes excluidos y adultos integrados, las diferencias son de diez a uno.

Por su parte, en relación al acceso a servicios de salud, las carencias también son muy evidentes. Solo las y los jóvenes de clase media y alta tienen acceso a servicios de calidad, pero aún en estos casos, como los servicios de salud están organizados en torno a “enfermedades”, la cobertura de las nuevas generaciones es muy baja, pues como se supone que las y los jóvenes no se enferman (o se enferman menos) la atención se concentra abrumadoramente en niños y ancianos. El problema, en realidad, es que las causas de morbilidad y mortalidad en las nuevas generaciones están asociadas a las denominadas “causas externas” (factores sociales y no estrictamente biológicos) destacándose los homicidios, los accidentes de tránsito y los suicidios, entre las más relevantes.

Por último, otro tanto ocurre con el acceso a servicios recreativos, culturales y deportivos, esfera en la cual la estratificación social vuelve a jugar un rol determinante, permitiendo que las y los jóvenes de clase media y alta accedan a una amplia gama de ofertas (generalmente privadas y de buena calidad) dejando al margen a las y los jóvenes pertenecientes a hogares en situación de pobreza, que solo acceden a ofertas limitadas y de escasa calidad de servicios públicos segmentados que cuentan con una escasa dotación de recursos, lo que hace muy difícil su sostenibilidad en el tiempo. El uso creativo y entretenido del tiempo libre de los “ricos”, contrasta con el “aburrimiento” de los “pobres”.

Participación Juvenil y Construcción de Ciudadanía

Las y los jóvenes latinoamericanos vienen estableciendo un vínculo creciente con los medios masivos de comunicación más tradicionales (radio y televisión) y –sobre todo- con las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (internet, teléfonos celulares, televisión por cable, etc.). Los consumos culturales han tenido
una notoria expansión, aunque la misma se está dando en medio de una gran segmentación: las y los jóvenes de clase media y alta acceden a internet en computadores propios, en tanto las y los jóvenes de clase baja lo hacen en espacios informatizados públicos (colegios, cybercafés, etc.).

La música se está transformando –crecientemente- en una herramienta comunicacional y de generación de identidad de gran incidencia en las nuevas generaciones, en el marco de un proceso de diversificación de géneros (rock, cumbia, baladas, rancheras, murgas, etc.). En muchos casos, diversos grupos juveniles expresan mensajes a través de este tipo de expresiones estéticas, y otro tanto hacen grupos ligados al hip-hop y/o la capoeira, estructurando procesos comunicacionales “entre pares” de gran impacto, en comparación con otros “emisores” de mensajes dirigidos a la juventud (como la educación o la familia).

En la misma línea, se vienen reformulando las formas de participación de las nuevas generaciones. A diferencia de las modalidades más rígidas y estructuradas del pasado, ahora las y los jóvenes prefieren vincularse a experiencias más horizontales y desarregladas de participación, en torno a iniciativas más puntuales, con resultados de corto plazo más visibles y concretos. Las prácticas ligadas al voluntariado logran más convocatoria que los grupos estudiantiles o las juventudes de los partidos políticos, al tiempo que las agrupaciones deportivas o religiosas siguen convocando a grandes contingentes de jóvenes, independientemente del país o del contexto local que consideremos.

Sin embargo, sería un error suponer que dichas tendencias evidencian un desinterés por los procesos sociales y políticos. En realidad, algunas experiencias ligadas a la asignación participativa de recursos (presupuesto participativo) y/o de control social de políticas públicas (auditorías ciudadanas) están convocando crecientemente a jóvenes de muy diversas categorías (estudiantes y trabajadores, varones y mujeres, etc.), mientras que –en paralelo- algunas experiencias ligadas a la generación de espacios específicos para la participación juvenil (casas de la juventud, clubes juveniles, etc.) están atravesando situaciones críticas en materia de convocatoria y sostenibilidad de procesos promocionales.

En todo este marco vinculado con la participación juvenil, las recientes movilizaciones de los estudiantes secundarios chilenos podrían parecer –y de hecho lo son- una gran excepción a la regla, en la medida en que se trata de movilizaciones altamente vinculadas a la dinámica educativa en particular y a la dinámica política más en general. Sin duda, se trata de una experiencia que va a dar que hablar durante un buen tiempo a los especialistas, pero en todo caso, lo que parece evidente es que estas movilizaciones se producen en el único país que ha logrado –prácticamente- universalizar la matrícula de la enseñanza media, gracias a una inversión de recursos en educación notoriamente superior a la del resto de los países de la región. Podría decirse –por tanto- que se trata de un resultado de las propias políticas educativas, aunque pueda parecer paradójico.

Jóvenes en el Siglo XXI: Tensiones y Paradojas

Por todo lo dicho hasta el momento, podría afirmarse que –tal como lo plantean los últimos informes de la CEPAL y la OIJ las y los jóvenes latinoamericanos están viviendo actualmente –con mayor dramatismo que otros sectores poblacionales- una serie de tensiones y paradojas que están marcando su presente y sobre todo su futuro.

• Una primera tensión o paradoja se da en el hecho de que las y los jóvenes tienen actualmente más acceso a educación y al mismo tiempo menos acceso a empleo.

• Una segunda tensión se produce por el hecho de que las y los jóvenes tienen actualmente más acceso a información y menos acceso a poder.

• En tercer lugar, las generaciones jóvenes tienen hoy más expectativas de autonomía, pero al mismo tiempo tienen menos opciones para materializarlas efectivamente.

• En cuarto lugar, es evidente que las y los jóvenes están mejor provistos de salud, pero al mismo tiempo están menos reconocidos en su morbimortalidad específica.

• Una quinta paradoja se da en el hecho de que las y los jóvenes son más dúctiles y móviles, pero están más afectados por trayectorias migratorias más inciertas.

• Una sexta paradoja se puede visualizar al comprobar que las y los jóvenes son ahora más cohesionados hacia adentro, pero tienen mayor impermeabilidad hacia fuera.

• En séptimo lugar, las y los jóvenes aparecen como más aptos para el cambio productivo, pero están al mismo tiempo más excluidos del mismo.

• Una octava tensión se puede visualizar claramente cuando se observa que las y los jóvenes son –al mismo tiempo- receptores de políticas y protagonistas del cambio.

• Una novena paradoja se da cuando se compara la expansión del consumo simbólico junto con las restricciones crecientes en el consumo material.

• Por último, una décima tensión o paradoja permite contrastar autodeterminación y protagonismo por una parte, y precariedad y desmovilización por la otra.

Todas estas tensiones provocan malestares y conflictos sumamente relevantes, todo lo cual es vivido por los diferentes segmentos juveniles (varones y mujeres, urbanos y rurales, pobres y ricos, blancos y negros, etc.) de maneras muy diversas pero en todos los casos atravesadas por circunstancias preocupantes y sumamente complejas.

Definitivamente, no es fácil ser joven en este comienzo de siglo y milenio en América Latina, y si bien esto ha sido así casi siempre, las complejidades del presente tornan a estas situaciones más preocupantes que en cualquier etapa anterior.

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